Cuando no se sabe cómo controlar al niño/a, ¿se le puede dar un azote?.
Esta era la introducción de un artículo que leí hace un tiempo. En el artículo te explicaban por qué puede llegar a ser contraproducente el castigo físico para castigar una acción a tu pequeño.
Según una investigación en Estados Unidos sobre una muestra de 1500 niños/as de entre dos y cuatro años puso de manifiesto que los pequeños que recibían habitualmente pescozones tienden a vulnerar las prohibiciones establecidas por los padres. En cambio, los que no sufren estos castigos físicos, son menos testarudos y respetan las reglas más fácilmente.
El motivo que se argumenta es que el azote no convence, sino que impone la ley del más fuerte. El niño/a piensa que debe hacer lo que se le dice, no porque sea justo, sino porque lo dice la autoridad, somos más altos y más fuertes. Manifiesta que el menor se siente ofendido, violentado y acumula rencores que, con frecuencia, le durarán mucho tiempo.
El otro argumento que se describe es que al recurrir a los azotes, se corre el riesgo de que el uso de la fuerza le parezca algo normal, una forma aceptable para resolver los conflictos. Si sus padres también lo hacen, ¿por qué no puede hacerlo él, en el parque infantil o en el colegio con los compañeros?
Según este artículo, la técnica de tiempo fuera es la mejor solución en el caso de que el niño/a pierda totalmente los estribos y esté fuera de control,. Algunos pediatras aconsejan apartarle un momento y llevarle a su habitación durante 2-3 minutos, comprobando siempre que en el cuarto no haya nada con lo que pueda hacerse daño. Tras un par de minutos, volveremos a la habitación y nos sentaremos a reflexionar con el/ella. Le hablaremos con calma y afecto sin volver sobre lo sucedido y sin mostrar rencor. Cuando se haya serenado, se le elogiará por la forma en que ha conseguido recuperar la calma.
Los límites y las normas son muy importantes para el desarrollo del niño. La disciplina no está reñida con el cariño y el afecto; es más, el niño/a necesita ambas cosas para crecer y madurar.
Los papás y mamás no deben tener miedo a imponer unas normas y unos límites al niño/a. No deben sentirse culpables, ni pensar que el pequeño se traumatizará o lo interpretará como falta de cariño.
El castigo físico siempre habrá que evitarlo, por supuesto. Hay momentos y motivos que los adultos no disponemos de otros recursos ni de la paciencia que se requiere para aplicar otras estrategias y es entonces cuando se produce. No debemos culpabilizar el responsable en la pareja que ejecuta esta acción, como habitualmente se hace en la relación apareciendo dos roles diferenciados en la figura parental, sin a demás que estos estarán enfrentados. Debemos hablar con la persona que ha ejecutado el castigo físico para hacerle entender que esa acción no era la correcta, siempre esta conversación se mantendrá fuera del alcance de los menores y no se harán comentarios criticando la acción delante de los niños/as.
Estas malas costumbre desacreditan al adulto como figura normativa debilitando la relación parental. También crea fisuras en el ejemplo normativo y en el peso de la educación de ambos progenitores, cosa que el menor utilizará en su propio beneficio, manipulando las situaciones a lo largo de su desarrollo.